viernes, 20 de febrero de 2009

un día en la vida.

Hay días en los que amanezco pensando en historias que me pasaron. Abro los ojos, y de inmediato pienso en “determinado día” y sus sucesos. A partir de ahí, todo lo que hago, lo hago con esas imágenes en la cabeza. Me pasa que subo al colectivo, abro la heladera o, me lavo los dientes acompañada por esas imágenes, desde bien temprano y con muchos detalles.

Son situaciones especiales. Y las recuerdo como un cuento. Con cada uno de sus detalles, personajes, olores, sonidos.. Aún con lo colgada que soy, lo logro. Podría llamarlo don, pero no. No siempre son detalles agradables.

Así es como, considero uno de los más tristes, esos días en los que amanezco pensando en el día que Spiderman y yo decidimos separarnos. Y hoy, fue uno de esos.


La historia es linda. Siempre fue linda. Son días y días de cosas lindas y momentos especiales. Casi no tengo anécdotas feas con Spiderman.. pero ese día, ese día fue para mí, un antes y un después. Mi presentimiento de magia y yo, ya lo sabíamos desde hacía unas semanas atrás.

Spiderman, era un chico raro. Que hablaba poco, pero te penetraba en la mente con los ojos. Unos ojos medio chinitos (pero lindos) y con muchos mensajes que ni él sabía que estaba dando.
La verdad, es que yo sabía que él se cansaba rápido de las cosas, lo supe apenas lo conocí. Y también sabía lo difícil que iba a ser, que él fuera tan sencillo (nunca pude entender esto). El último tiempo, se había vuelto cada vez más difícil convencerlo de las cosas, entretenerlo, sacarle sonrisas, buscarle la mirada que tanto me gustaba y yo no estaba en mi mejor momento, por no decir: estaba en el “peor” momento de mi vida. Aún así, me mantenía sin bajar los brazos.

Hubo un martes en el que Spiderman me mando un mail por la mañana. Nos peleamos un poco, había una discusión dando vueltas, y no la podíamos cortar. Era algo tonto, sin sentido, creo que era nuestra excusa perfecta para convencernos de que nos sobraban los motivos. Yo todavía, trabajaba en mi ex laburo, en donde la pasaba mal. Muy mal.

Su mail me llegó, y me sentí como cuando ví como se moría el hamster de mi amiga Taly en primer año. No pude hacer nada. Sorpresa y bronca y tristeza y ganas de hacer que el tiempo pasase, desde esos 2 minutos que te sentís sufriendo, a (mínimo) 1 año después.

Todo se había puesto denso, y él me mando el último mail de una cadena, que hubiera deseado no haber recibido nunca. Pidió vernos esa misma tarde, después de la facultad. Yo rendía producción gráfica. Estaba un poco nerviosa, pero no tanto. Me temblaba el labio de abajo, que es mi peor síntoma de nervio y miedo. Estuve así durante las 2 hs que tardé en rendir. Yo conocía el porqué de ese miedo, y también sabía que jamás le tuve miedo a un exámen..

Alrededor de las nueve de la noche, llegué a Corrientes y Uruguay. Le mandé un mensaje y me senté a esperarlo sobre Camelot (todavía me pregunto por qué elegí esa vidriera para sentarme y no otra). En pleno corazón porteño, no quería mirar a los superhéroes que tenía detrás, así que busqué otras mil distracciones para mí mirada triste.
Tenía el obelisco a 4 cuadras, pude preguntarme y responderme, mientras escuchaba Coldplay. Traté de no pensar en todo lo que Spiderman me venía a decir. Traté de concentrarme en el obelisco y en por qué esa forma? por qué blanco? por qué las ventanitas de arriba?. Después me colgué mucho más lejos. Pensé en todos los países, y sus monumentos. Me divertí con eso.
Pasaba mucha gente a mi alrededor. Me acuerdo de una chica sentada en el mismo umbral que yo, esperando que alguien le bajara a abrir la puerta de un edificio. La miré de reojo y me sonrío, como si se compadeciera de mí. No me gustó.

Hacía mucho frío, un poco menos que el que hacía el día que lo conocí. Terminaba mayo.. y terminaban esos 3 años de relación, junto a sus cosas lindas y momentos especiales y casi sin anécdotas feas para contar.

Spiderman llegó. Súper abrigado (con la campera azul con la rayita roja) me llamó la atención que no trajera la “nueva” que tanto había buscado y finalmente encontró. Venía caminando muy rápido. Con cara rara. Con los ojos chinos y una mirada que ya no me pertenecía. Se río muy poquito. Arrancó hablándome de cualquier cosa (siempre me hizo eso). No le gustaba estar ahí, me pidió que camináramos un par de cuadras. Yo no quería pararme. No sabía como agarrarlo. No estábamos separados todavía, pero yo sentía que si. Sin saber siquiera lo que me iba a decir. Sus ojos, me lo habían anticipado todo. Lo habían traicionando hacía unas semanas, cuando me habían buchoneado todo lo que estaba por venir.

Me agarró la mano, como novios. Me puso “de mi lado”. Me siguió hablando de cualquier cosa. Hasta que llegamos a Tribunales y nos sentamos en un banquito.
A Spiderman le costaba decir las cosas. Le cuesta. No sabía tomar bien decisiones, lo sufría, tenía miedo a confundirse y le gustaba analizar todo en silencio, hasta que un día explotaba. Y ese día explotó.

Desde que empezó a hablar de nosotros, hasta el final de la charla, no paro de llorar. Lloraba con angustia. Yo tuve un poco de miedo, pero demostré una sonrisa y una fuerza inventada, todo el tiempo. Lo abracé y deje que me dijera todo lo que él quería decirme. No dije nada, no me justifiqué, no le pedí razones, no quise explicaciones, no le pedí disculpas por mis errores, no le dí la razón y no lloré. Yo necesitaba bajar los brazos. Me sentía agotada.
Yo ya sabía todo lo que me decía. Que yo era perfecta, que iba a ser única toda la vida, que el destino nos iba a querer volver a unir, que posiblemente nos estuviéramos confundiendo, pero que necesitábamos “desintoxicarnos”.

Nos abrazamos mucho, durante mucho tiempo. Spiderman lloraba y yo intentaba consolarlo con una tranquilidad que nose de donde había sacado. Me sentía fuerte, muy fuerte. Pero me dolía mucho el corazón, aunque él nunca lo supo.

Spiderman y yo nos separamos con un beso en la esquina de la parada del 109. Nos saludamos como dos novios que se saludan para verse al día siguiente y salir a comer, o ver una película en el cine. Nos hicimos un chiste acerca del destino y su pito, nos reímos, y nos dimos un beso bien lindo y un abrazo muy grande. Casi sin poder separarnos, pero haciendo fuerza para que cada uno se despegara del otro y volviera a su casa a dormir porque era tarde y ahí sí que hacía frio.

Le pedí perdón por no haber llorado en toda la noche. Yo no sentí ganas de llorar, no podía hacerlo. Yo también creía que el destino jugaba de nuestro lado y también sabía que “así” no podíamos seguir. Yo (como –casi- siempre) ya sabía todo.
Pero me callé y no le dije nada. Me reí, le sonreí y lo miré con mucho amor. Como agradeciéndole muchas cosas con mi mirada. Spiderman iba a saber entenderlo.

Yo hacía un pacto conmigo, pero no se lo podía decir.

Y me subí al bondi. Y sonreí, y sentí un alivio. Y no lloré.

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